« Aún vuelo por esas llanuras, ¿sabes? Con los ojos pesados por el cansancio, la alfombra negra deslizándose como una lengua bajo mis pies, y una música que me mantiene a flote:
sigue la línea, sigue la línea blanca »
Verano de 2022.
Ochomil kilómetros por carretera partiendo de Nueva York hacia San Francisco en el cien aniversario de Kerouac. Veintidós días entre coches de alquiler atravesando quince estados.
Moteles.
Ciudades.
Paisajes.
Dos miradas encontradas. Buscando. Sitios donde no tendrían tiempo de parar. Un viaje que acabaría siéndolo hacia dentro
Cuando decidí atravesar Estados Unidos, no sabía lo que encontraría, ni tampoco lo que buscaba.
No sabía qué escribiría, pero sabía que quería hacerlo.
Y, aunque creía conocer la ruta, a la mitad del viaje decidí cambiarla. Porque, ¿cómo si no, podría viajar?
Supongo que es lo que me gusta y me asusta antes de empezar cada viaje, también el de escribir: no saber adónde me llevarán las palabras, pero seguirlas de todos modos. Porque sé que si escucho con atención, y me dejo guiar, puedo acabar llegando a lugares que ni siquiera había imaginado.